16 abr 2009

"Hoy sé que la vida es una bendición"


Jorge Alberto Rodríguez Kissner, ayer, en su casa, con la esperanza renovada por el corazón recibido en enero
Foto: LA NACION / Hernán Zenteno Julieta Bravo


La importancia de dar para que otros tengan una segunda oportunidad.


"Logré sobrevivir. Me siento bien y esperanzado. Tengo voluntad de seguir adelante y ahora valoro todo mucho más."

Habla con la paz que tienen quienes estuvieron al borde de la muerte y con la fuerza de quien lucha denodadamente contra el más difícil de los pronósticos. Jorge Alberto Rodríguez Kissner, de 47 años, es el médico, el obstetra que tuvo en vilo al país a la espera de un corazón, primero, y de la recuperación de un trasplante que resultó mucho más complicado de lo previsto.

La operación tuvo lugar el 5 de enero pasado, después de que le diagnosticaran una miocarditis fulminante de origen viral.

Durante una entrevista que brindó ayer a LA NACION, Rodríguez Kissner se mostró distendido y de excelente humor, en el living de su casa, situada en el barrio cerrado Fincas de Iraola, en Berazategui.

"En los últimos 15 días me recuperé muchísimo. Me siento con más energía y de mejor ánimo. Uno de mis últimos logros fue subir la escalera y, de esa manera, dormir en mi habitación", dijo visiblemente conmovido.

La casa del médico es de dos pisos y tiene un pequeño jardín con una pileta. La familia vive allí desde hace un año.

Rodríguez Kissner señala que si bien sus días son "un poco rutinarios", aprovecha para hacer aquellas actividades que antes no podía llevar a cabo por falta de tiempo. "Por ejemplo: el otro día cociné unas pizzas para los chicos, les hago el desayuno y a veces les preparo la vianda para llevar al colegio", comentó.

El médico está casado con Gabriela Sáez y tiene tres hijos: Sofía, de diez años, Martina, de 7 y Juan Manuel, de cinco.

Contó que diariamente debe cumplir una lista de actividades para lograr su recuperación. "Es una rehabilitación motora y respiratoria ardua. Por la mañana hago ejercicios con pesas de un kilo y medio, entre otras cosas. Y todas las tardes, viene un equipo de kinesiólogos para continuar la rutina, que dura una hora y pico. "Recién ahora puedo caminar 700 metros al aire libre y hasta logré trotar un poquito. Me digo a mí mismo: «Esto lo tengo que lograr, me lo propongo y lo hago por más que me cueste mucho»".

El médico, al que alentaban con su presencia decenas de pacientes con sus hijos, a los que ayudó a nacer, es consciente del riesgo de vida que le tocó correr. Es más, hubo un momento en que muy pocos tenían esperanzas de que el trasplante le diera resultado.

"Apenas llegué a casa tuve que utilizar un bastón de cuatro patas. Tenía trastornos de equilibrio. Pero, al cabo de tres días, no lo necesité más. En el intento me di dos porrazos?", contó sonriendo.

En la charla resulta imposible que soslaye la importancia de donar órganos. "Hay que fomentar y promover que la gente pueda hacerlo para salvar otras vidas. Me da pena cuando los chicos jóvenes esperan trasplantes y los donantes no aparecen", reflexionó y comentó que tiene pensado concretar un proyecto junto a Juan Carr, titular de la Red Solidaria.

"Con motivo de las próximas elecciones, queremos realizar un programa con chicos que tienen este tipo de problemas, y también con las Madres del Dolor... Cuando llegue el momento, vamos a promover la difusión de la donación de órganos. Yo voy a aportar mi granito y Juan conducirá la campaña".

Kissner no le escapa al recuerdo de lo que padeció. "Me apoyé muchísimo en mi señora. También me aferré a Dios y a mis hijos. Gabriela estuvo al mando del timón. A raíz de lo ocurrido, ella y mis chicos se hicieron muy fuertes."

Además, expresó la gratitud y felicidad que le produjo el hecho de que su familia, amigos y pacientes se solidarizaran con él. "Fue muy lindo. Aunque me enteré después de haber estado casi un mes en coma. Mis pacientes son como mis familiares. Tenemos una relación muy estrecha. Nos conocemos mucho, todos somos vecinos, vamos al mismo supermercado...", relató.

Rodríguez Kissner se desempeñaba en el hospital Evita Pueblo de Berazategui hasta que fue internado el 20 de diciembre en la Fundación Favaloro.

"Era consciente de lo mal que me sentía y de que mi situación empeoraba. Me recuperaba de algo y se me complicaba otra cosa. Le agradeceré toda la vida a los míos, a IOMA (la obra social que cubrió los gastos médicos), a la Fundación Favaloro, al Incucai, a los hospitales que me atendieron, al Ministerio de Salud... Y, en especial, a la familia del donante que, por amor al prójimo, entregó el corazón con el que hoy yo puedo seguir viviendo", dijo y agregó: "Hoy sé que la vida es una bendición. Hay que cuidarla".

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